Tiene la calma de la tierra y la paciencia del tiempo; a su lado todo parece enraizarse y crecer con estabilidad.
Pero tras esa serenidad late un fuego vivo: apasionado, directo, capaz de encender en mi la chispa de la alegría y la aventura.
Su presencia es refugio: brazos que protegen, mirada que cuida, gestos que hacen sentir hogar.
Es fuerte sin dureza, tierno sin debilidad. Se muestra auténtico, sin disfraces ni juegos, porque entiende que el amor solo florece en la verdad.
A mi lado no busca el drama, sino lo esencial: compartir un vino, caminar por la naturaleza, reír en lo simple.
Su amor se expresa en lo cotidiano, en la constancia, en el “estoy aquí” que nunca falta.
Es roble y hoguera, raíz y llama:
el compañero que te sostiene cuando necesito calma,
y el cómplice que me impulsa cuando mi corazón pide movimiento.