¡Saludos, criaturas digitales! Hoy hablaremos de una de las más altas expresiones del surrealismo cotidiano: la llamada telefónica misteriosa. Esa que empieza con un sonoro "Dígame" y, acto seguido, una voz sin rostro te lanza la pregunta del millón: “¿Es usted el titular de la línea?”
Ah, qué elegancia. Qué formalidad. Uno esperaría que a continuación te ofrecieran un trono o, al menos, una taza de té.
Pero no. Confirmas tu gloriosa titularidad —porque, claro, si tienes un móvil en la mano debe ser por puro capricho de los astros— y entonces... pi-pi-pí. Adiós. Fin. Como si hubieras pronunciado el conjuro secreto para invocar el silencio eterno.
Y tú te quedas ahí, con cara de “¿Perdón?” preguntándote si acabas de ofender a una inteligencia artificial sensible o si, tal vez, acabas de pasar una prueba que desconocías.
Pero espera. Aquí entra en juego el rumor con más fundamento que muchas noticias: ¿y si todo esto es una trampa para que digas “sí”? Un inocente, confiado, legalmente utilizable “sí” que puede ser reciclado como prueba de consentimiento para venderte hasta una isla desierta con hipoteca a 30 años.
Porque claro, en la era del consentimiento automatizado, tu afirmación podría estar ahora mismo adornando un contrato de televisión por satélite, o peor: una suscripción vitalicia a revistas de pesca deportiva.
Y mientras tú miras el móvil como si te hubiera mordido, te preguntas: ¿fue una venta frustrada?, ¿una encuesta evaporada?, ¿una broma cósmica? ¿O tal vez estamos ante una compleja operación de espionaje cuyo objetivo eres tú… y tu “sí”?
Así que, almas cibernéticas: ¿cuál es vuestra hipótesis? ¿Os habéis librado alguna vez del temido “sí” asesino? ¿O sois ya socios platino de una empresa que no sabéis que existe?57
¡Comentad sin miedo! Total, ya nos tienen grabados.
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