Trabajo rodeada de personas que no solo hacen bien su trabajo, sino que lo hacen con alma. Médicos, enfermeras, técnicos de rayos, celadores… y yo, desde la parte administrativa, ahí donde muchas veces nadie mira pero todo pasa. Un equipo real, de carne y hueso, que saca adelante lo imposible con una mezcla de profesionalidad, nervios de acero y buen humor en los pasillos.
La verdad es que es difícil no sentir orgullo cuando ves cómo se entregan, cómo sostienen a quien lo necesita, cómo se apoyan entre ellos sin necesidad de grandes discursos. He tenido la suerte de vivirlo de cerca, de compartir turnos, prisas, silencios incómodos… y también risas que alivian días duros.
Y sí, hay quien no lo ve. O no quiere verlo. Hay comentarios al aire, miradas que sobran, indirectas que parecen muy directas… Gente que no conoce el trabajo, pero lo critica. Que no pregunta, pero opina. Que pone piedras en el camino como quien echa sal en una herida, esperando que escueza.
Pero mientras ellos hablan, nosotros seguimos. Y seguimos bien.
Porque esto va más allá del cargo, del despacho o de lo que dice un organigrama. Esto va de personas que se arremangan, que no se esconden, que hacen su parte aunque nadie aplauda.
Sigo estando orgullosa.
Porque sé con quién trabajo.
Y porque, aunque intenten empañarlo, lo nuestro brilla por mérito propio.
Las barreras solo detienen a quien decide quedarse quieto.
Yo elegí seguir caminando. Y no camino sola.
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