Hoy tocó la gran comida de “compañeros”.
Ese ritual corporativo donde todos se ponen la máscara de “somos un equipo”… excepto cuando hay que currar, ayudar o asumir marrones, claro. Ahí el espíritu de equipo se evapora más rápido que el vino de la mesa.
Yo, mientras tanto, disfrutando del circo: sonrisas de plástico, abrazos de compromiso y discursos de “unidad” que no se cree ni el que los suelta.
Un Masterchef del postureo.
Y sí, solté un par de bombitas. No me pude resistir.
Total, alguien tenía que ventilar un poco el ambiente, que tanta falsedad concentrada da dolor de cabeza.
A algunos les molestó. Qué pena, oye.
Será que la verdad sienta peor que la mala digestión.
Pero yo no sé ir de puntillas ni hacer reverencias al que juega a ser “compañero” solo cuando hay jamón de por medio.
Prefiero ser directa que decorativa.
En resumen:
Me lo pasé bomba.
Ellos quizá no tanto.
Cosas que pasan cuando las máscaras resbalan.
Y, por si a alguien le quedaba la duda:
Mi EQUIPO —en mayúsculas— es otro.
El de verdad. El que no necesita pose, ni poseedor, ni foto forzada para demostrarlo.
Con ese sí voy a cualquier guerra.
El de hoy… solo a la comida anual. Y ya es bastante.

No hay comentarios:
Publicar un comentario