Hogar dulce hogar
viernes, 19 de septiembre de 2025
ÉL
jueves, 28 de agosto de 2025
Mi amiga, Clara
martes, 12 de agosto de 2025
Mallorca, verano de 1983
El aire cálido olía a sal y a jazmín, y la luz del atardecer bañaba la terraza de casa en tonos dorados. Tenía 16 años, la edad en la que Tauro empieza a despertar su instinto de independencia, pero aún mira atrás buscando seguridad. Estaba sentada frente a mi abuela, una mujer callada, de manos ásperas y mirada de mercurio, típica de los arquetipos lunares que cargan secretos de generaciones.
Ella me hablaba en voz baja, como si el resto de la familia no debiera escuchar:
—Caterina, recuerda… nunca entres en la habitación del desván después de que el reloj marque las once.
Me rei, pensando que era otra de sus supersticiones, pero su expresión era tan seria que el silencio de la terraza pareció engullir los sonidos de la calle. Tauro, regido por Venus, suele anclar los recuerdos a los sentidos, y por eso aún hoy puedo oír cómo tintineaban las tazas sobre la mesa de madera.
Cuando más tarde subi sola a mi cuarto, no sabía si era el calor o la sugestión, pero sentí una corriente fría en la nuca. Miré al final del pasillo: la puerta del desván, que siempre estaba cerrada, estaba entreabierta.
No entré. Pero lo más extraño fue que, mientras me alejaba, juraría haber escuchado desde dentro un susurro con tu nombre, pronunciado exactamente con la voz de mi abuela… cuando sabía que ella seguía abajo, en la terraza.
domingo, 10 de agosto de 2025
Cristales relucientes sin químicos y sin perder la paciencia (demasiado)
No sé en qué momento los cristales de mi casa decidieron convertirse en una galería de huellas, polvo y manchas artísticas, pero ahí estaban, mirándome con descaro cada vez que pasaba. Así que hoy me armé de valor, un paño de microfibra y un arsenal digno de un alquimista natural.
Primero, confesión: odio el olor a limpiacristales industrial. Me da dolor de cabeza y me recuerda a oficinas tristes. Así que fui a por mi fórmula infalible:
Un vaso de vinagre blanco.
Un vaso de agua caliente.
Un chorrito de limón, porque la vida sin limón pierde gracia.
Mezclé todo en un pulverizador y, mientras el vinagre me recordaba a las ensaladas de mi abuela, empecé a rociar el primer cristal. Truco personal: siempre de arriba hacia abajo, porque la gravedad no perdona. Y nada de papel de cocina; eso suelta pelusas y no estamos aquí para añadir textura extra. Paño de microfibra o, si me siento rebelde, un trozo de camiseta vieja (lavada, por favor).
Entre pulverizada y pasada, me descubrí viendo cómo las manchas desaparecían como si estuviera borrando el historial de mi navegador. Y el truco final, el de los pros: pasar un segundo paño seco para dejarlo sin marcas. Mano de santo.
Por si la suciedad se ha pegado como ex de mala memoria, froto antes con una mezcla de bicarbonato y agua en pasta. Mano firme, movimientos circulares, y adiós manchas rebeldes.
Y así, entre el olor a vinagre, el brillo de los cristales y mi gato mirándome desde el otro lado pensando que me había vuelto loca, terminé. Ahora sí, la luz entra como en anuncio de detergente… solo que aquí no hay filtros, ni químicos, ni promesas falsas. Solo yo, mi vinagre, y la satisfacción de saber que mañana, con suerte, seguirán limpios.
sábado, 19 de julio de 2025
Hoy no fue un buen día
Hoy terminé el día con el cuerpo pidiéndome tregua, la cabeza a punto de fundirse y el corazón… bueno, el corazón intentando no salir corriendo. Un día de esos en los que todo pesa más de la cuenta.
Y la verdad, no tenía ganas de ser fuerte ni de poner buena cara.
Tenía ganas de desaparecer un rato.
Pero como eso no es posible (todavía), decidí hacer lo siguiente mejor: mimarme.
Me llevé a mí misma —que bastante aguanto— a comer donde sé que me tratan bien, pedí una copa de vino sin buscar excusas, un postre que no compartí con nadie y un rato largo de no hablar con nadie.
Paz.
Después me fui a la playa. Mi lugar de equilibrio.
Y ahí, con la luna en lo alto como única compañía, me senté en la arena.
Yo, de espaldas al mundo.
Mirando ese mar que nunca pregunta, solo recibe.
La copa de vino seguía a mi lado. Ya vacía. Como yo, pero por poco.
Y pensé: Mira qué ironía. El día se ha ido a la mierda, pero yo sigo aquí. Sentada. Respirando. Entera, aunque con las costuras algo tirantes.
La luna me miraba en silencio.
Como siempre.
Ella no dice nada, pero lo sabe todo. Como yo. Como todos los que no hablamos mucho pero observamos demasiado.
Y entonces, sin hacer nada especial, pasó algo pequeño pero poderoso: me sentí en casa. No en un lugar, sino en mí.
Volví a encontrar ese hilo fino que me reconecta cuando el día me desenreda por completo.
Hoy no fue un buen día.
Pero me lo terminé regalando.
Y eso, para mí, ya es una victoria.
jueves, 3 de julio de 2025
Orgullo de equipo
Trabajo rodeada de personas que no solo hacen bien su trabajo, sino que lo hacen con alma. Médicos, enfermeras, técnicos de rayos, celadores… y yo, desde la parte administrativa, ahí donde muchas veces nadie mira pero todo pasa. Un equipo real, de carne y hueso, que saca adelante lo imposible con una mezcla de profesionalidad, nervios de acero y buen humor en los pasillos.
La verdad es que es difícil no sentir orgullo cuando ves cómo se entregan, cómo sostienen a quien lo necesita, cómo se apoyan entre ellos sin necesidad de grandes discursos. He tenido la suerte de vivirlo de cerca, de compartir turnos, prisas, silencios incómodos… y también risas que alivian días duros.
Y sí, hay quien no lo ve. O no quiere verlo. Hay comentarios al aire, miradas que sobran, indirectas que parecen muy directas… Gente que no conoce el trabajo, pero lo critica. Que no pregunta, pero opina. Que pone piedras en el camino como quien echa sal en una herida, esperando que escueza.
Pero mientras ellos hablan, nosotros seguimos. Y seguimos bien.
Porque esto va más allá del cargo, del despacho o de lo que dice un organigrama. Esto va de personas que se arremangan, que no se esconden, que hacen su parte aunque nadie aplauda.
Sigo estando orgullosa.
Porque sé con quién trabajo.
Y porque, aunque intenten empañarlo, lo nuestro brilla por mérito propio.
Las barreras solo detienen a quien decide quedarse quieto.
Yo elegí seguir caminando. Y no camino sola.
miércoles, 11 de junio de 2025
Un mes de vuelta
Un mes de vuelta
Hace un mes que regresé al trabajo después de seis meses de baja. Seis. Medio año fuera del ruedo por un accidente que me dejó el cuerpo magullado y la paciencia afinada.
Volver fue... raro. No dramático, pero tampoco como si no hubiera pasado nada.
Algunos me recibieron con un abrazo, otros apenas levantaron la vista. Y esa tensión silenciosa de “a ver por dónde salta la próxima jugada”... sigue ahí, agazapada. Tarda, pero se la intuye venir. Siempre se la intuye.
La verdad es que cuesta encontrar tu hueco cuando ya nadie te espera. Pero aquí estoy: organizando agendas, lidiando con pantallas que no cooperan y recogiendo migajas de afecto entre cita y cita.
Y es que nadie es imprescindible, eso ya lo sé. Pero oye… hay ausencias que se notan más. Y presencias que, aunque molesten a algunos, iluminan rincones que se habían quedado un poco apagados.
Volver no es solo volver. Es reconstruirte mientras haces como que todo sigue igual. Como si el tiempo no se hubiera estirado como un chicle.
A quien esté en ese punto de regreso: no te exijas heroicidades. Vuelve como puedas. Si un día solo puedes sonreír y no gritar, ya es bastante.
Y si alguien te intenta apagar, haz como los faros: sigue brillando, incluso en tormenta.
domingo, 18 de mayo de 2025
Volver al trabajo después de 6 meses: crónica de una (re)incorporación anunciada
¡Seis meses! Y ojo, que no fueron esos meses de tumbona en la playa con el sol acariciándome la piel y un cóctel en la mano (ojalá), sino más bien una montaña rusa entre fisioterapia, libros que prometían encontrarme a mí misma, descubrir que el yoga duele más de lo que aparenta, volver a sentir mis músculos (gracias, sentadillas) y ese lento redescubrimiento de mi fuerza interior y exterior, llegó el momento que ya daba vueltas en mi cabeza: ¡volver al trabajo!
Y sí, amigos, la oficina sigue en pie sin mí, aunque a veces me dio pena no haber sido imprescindible.
Día uno: el drama real
El despertador sonó a las 6:00 h. Mi cama y yo libramos una batalla épica —"Cinco minutos más" vs. "El café se enfria, espabila"— y al final ganó la dignidad (y la cafeína). Café en mano, medio despeinada y sin mucho maquillaje (el “medio” aquí es clave). Me puse ropa de persona funcional (¡hola, pantalones con botón!), confirmé que el espejo no me jugaba una mala pasada y salí a la calle con una sensación rara, como si fuera una "yo" nueva pero a la vez preguntándome en que punto exacto me había quedado de esta película.
El camino al trabajo fue, como cuando retomas una serie de Netflix que dejaste a medias y de pronto todo sigue igual, pero tú ya no eres el mismo espectador. Hola compañeros. Sí, volví. No, no soy un holograma. Ni un fantasma. Aunque a veces me siento así, en plan “¿me estarán extrañando o mejor que no?”.
El reencuentro: mezcla de cariño y caos
Mis colegas me recibieron con sonrisas sinceras, un par de “¡cuánto tiempo!” y "¡Has vuelto!" (traducción: "¿Ya no te duele la muñeca o…?"). algunas preguntas del tipo “¿ya estás bien?” que iban desde la preocupación auténtica hasta el típico cotilleo de oficina. Ahí estaba yo, con un nudo en la garganta, mitad emocionada y mitad deseando estar ya en mi rincón tranquilo, con mis caminatas, comidas organizadas y esas siestas que nadie sabe que me robo.
Pero no todo fue un drama: volver a la rutina laboral también tuvo su lado bonito. Volver a sentirme útil, salir de los chats de memes para tener conversaciones de verdad, y descubrir que mi silla giratoria todavía me esperaba, fue algo casi conmovedor.
Lecciones después de volver
El cuerpo tiene memoria, ¡y vaya si la tiene! Al principio sentí que me había atropellado un lunes eterno, luego recordé: "Ah, ya. Esto se llama 'estar sentada siete horas'." pero oye, ¡se sobrevive!
No hace falta fingir que todo está perfecto siempre. Un poco de humor, algo de ironía, y sobre todo mucha paciencia —con uno mismo y con el mundo— es la fórmula que mejor funciona.
Pues mira… Sí. Aunque extrañaré mis siestas sin culpa y el lujo de almorzar sin prisas, volver me recordó que soy más que una baja médica. Que hay algo poderoso en retomar las riendas (aunque sea con calma), en reconectar con colegas que, en el fondo, sí preguntaban por mí… y en darme cuenta de que, después de todo, no había perdido el ritmo. Solo le había puesto pausa.
Que puedes regresar mejor. Más fuerte. Más centrada. O al menos con mejores snacks en el bolso, ¡¡LLEVA MÁS SNACKS!
Así que si estás a punto de regresar al trabajo tras un largo parón, prepárate para ese choque cultural y, sobre todo, para ese orgullo inmenso de haber sobrevivido al primer día.
Porque sí: estamos de vuelta. Y aunque no vinimos a jugar, un poquito sí que vamos a dar la lata.
domingo, 11 de mayo de 2025
Regreso al trabajo en 5 días… y sí, estoy entrando en pánico suave
La cuenta atrás ya no es una metáfora dramática: en cinco días, vuelvo al trabajo. Cinco. Como los dedos de una mano. Como los días laborables que se me vienen encima. Como los minutos que tardo en arrepentirme de haber mirado el calendario.
Y no es que no quiera volver, ¿eh? Es solo que... no sé si estoy lista para lo que eso implica. Porque después de seis meses fuera, volver se siente un poco como tratar de subirte a un tren que ya arrancó hace rato. Uno que además va lleno, no frena en todas las estaciones y al que no sabes si te dejaron asiento reservado o no.
Mi cerebro ahora mismo: una lista mental caótica
Ropa de trabajo: tengo el 80 % en cuarentena textil desde octubre. Me probé un pantalón y se me caen. ¿Plan B? Leggings disfrazados de “estilo relajado chic”.
Horarios: estos meses me he acostumbrado a desayunar tranquila, hacerme el café en modo ritual zen y, a veces, quedarme mirando el techo sin culpa. Ahora toca correr. Correr, Cat, correr.
Socialización: ¿cómo se hacen conversaciones de ascensor sin hablar del tiempo ni del gato? ¿Y si alguien me dice “¡cuánto tiempo!” y me sale contestar “ya, ojalá hubiera sido más”? O responder al recurrente "¿Cómo estás?" Con un "mejor desde que no te veo todos los días".
Nivel de drama: fluctúa entre “esto va a estar bien, venga” y “finge tu muerte y manda una nota escrita a mano diciendo que te fuiste a buscarte a ti misma”.
Pero también, entre tanto pánico funcional… hay cositas buenas
Hay una parte de mí que tiene ganas. Ganas reales, aunque mezcladas con nervios raros. Volver a ver a la gente, sentir que formo parte de algo más grande que mi lista de reproducción de Spotify o mis experimentos con kéfir y arandados.
La verdad es que echo de menos sentirme útil, aunque ahora lo diga con voz bajita. Echo de menos las pequeñas rutinas tontas: mirar el reloj esperando la hora del café, quejarme del aire acondicionado, tener una razón para ponerme colonia que no sea ir al supermercado.
Y es que aunque estos seis meses me han servido para reconstruirme (con pausa, con terapia, con paciencia y con algún que otro atracón de series), también han sido un paréntesis. Uno necesario, sí, pero un paréntesis al fin y al cabo.
Ahora me toca escribir la continuación.
Spoiler: todavía no sé qué tipo de historia será. Pero tengo la sensación de que va a estar bien. O al menos interesante.
Y si me preguntan qué es lo que más voy a echar de menos… sin dudarlo: a mi gato. Y mi rutina.
Sobre todo a mi gato.
lunes, 5 de mayo de 2025
El fascinante arte de la conversación telefónica (y sus súbitos finales... cortesía del absurdo moderno)
¡Saludos, criaturas digitales! Hoy hablaremos de una de las más altas expresiones del surrealismo cotidiano: la llamada telefónica misteriosa. Esa que empieza con un sonoro "Dígame" y, acto seguido, una voz sin rostro te lanza la pregunta del millón: “¿Es usted el titular de la línea?”
Ah, qué elegancia. Qué formalidad. Uno esperaría que a continuación te ofrecieran un trono o, al menos, una taza de té.
Pero no. Confirmas tu gloriosa titularidad —porque, claro, si tienes un móvil en la mano debe ser por puro capricho de los astros— y entonces... pi-pi-pí. Adiós. Fin. Como si hubieras pronunciado el conjuro secreto para invocar el silencio eterno.
Y tú te quedas ahí, con cara de “¿Perdón?” preguntándote si acabas de ofender a una inteligencia artificial sensible o si, tal vez, acabas de pasar una prueba que desconocías.
Pero espera. Aquí entra en juego el rumor con más fundamento que muchas noticias: ¿y si todo esto es una trampa para que digas “sí”? Un inocente, confiado, legalmente utilizable “sí” que puede ser reciclado como prueba de consentimiento para venderte hasta una isla desierta con hipoteca a 30 años.
Porque claro, en la era del consentimiento automatizado, tu afirmación podría estar ahora mismo adornando un contrato de televisión por satélite, o peor: una suscripción vitalicia a revistas de pesca deportiva.
Y mientras tú miras el móvil como si te hubiera mordido, te preguntas: ¿fue una venta frustrada?, ¿una encuesta evaporada?, ¿una broma cósmica? ¿O tal vez estamos ante una compleja operación de espionaje cuyo objetivo eres tú… y tu “sí”?
Así que, almas cibernéticas: ¿cuál es vuestra hipótesis? ¿Os habéis librado alguna vez del temido “sí” asesino? ¿O sois ya socios platino de una empresa que no sabéis que existe?57
¡Comentad sin miedo! Total, ya nos tienen grabados.