¡Seis meses! Y ojo, que no fueron esos meses de tumbona en la playa con el sol acariciándome la piel y un cóctel en la mano (ojalá), sino más bien una montaña rusa entre fisioterapia, libros que prometían encontrarme a mí misma, descubrir que el yoga duele más de lo que aparenta, volver a sentir mis músculos (gracias, sentadillas) y ese lento redescubrimiento de mi fuerza interior y exterior, llegó el momento que ya daba vueltas en mi cabeza: ¡volver al trabajo!
Y sí, amigos, la oficina sigue en pie sin mí, aunque a veces me dio pena no haber sido imprescindible.
Día uno: el drama real
El despertador sonó a las 6:00 h. Mi cama y yo libramos una batalla épica —"Cinco minutos más" vs. "El café se enfria, espabila"— y al final ganó la dignidad (y la cafeína). Café en mano, medio despeinada y sin mucho maquillaje (el “medio” aquí es clave). Me puse ropa de persona funcional (¡hola, pantalones con botón!), confirmé que el espejo no me jugaba una mala pasada y salí a la calle con una sensación rara, como si fuera una "yo" nueva pero a la vez preguntándome en que punto exacto me había quedado de esta película.
El camino al trabajo fue, como cuando retomas una serie de Netflix que dejaste a medias y de pronto todo sigue igual, pero tú ya no eres el mismo espectador. Hola compañeros. Sí, volví. No, no soy un holograma. Ni un fantasma. Aunque a veces me siento así, en plan “¿me estarán extrañando o mejor que no?”.
El reencuentro: mezcla de cariño y caos
Mis colegas me recibieron con sonrisas sinceras, un par de “¡cuánto tiempo!” y "¡Has vuelto!" (traducción: "¿Ya no te duele la muñeca o…?"). algunas preguntas del tipo “¿ya estás bien?” que iban desde la preocupación auténtica hasta el típico cotilleo de oficina. Ahí estaba yo, con un nudo en la garganta, mitad emocionada y mitad deseando estar ya en mi rincón tranquilo, con mis caminatas, comidas organizadas y esas siestas que nadie sabe que me robo.
Pero no todo fue un drama: volver a la rutina laboral también tuvo su lado bonito. Volver a sentirme útil, salir de los chats de memes para tener conversaciones de verdad, y descubrir que mi silla giratoria todavía me esperaba, fue algo casi conmovedor.
Lecciones después de volver
El cuerpo tiene memoria, ¡y vaya si la tiene! Al principio sentí que me había atropellado un lunes eterno, luego recordé: "Ah, ya. Esto se llama 'estar sentada siete horas'." pero oye, ¡se sobrevive!
No hace falta fingir que todo está perfecto siempre. Un poco de humor, algo de ironía, y sobre todo mucha paciencia —con uno mismo y con el mundo— es la fórmula que mejor funciona.
Pues mira… Sí. Aunque extrañaré mis siestas sin culpa y el lujo de almorzar sin prisas, volver me recordó que soy más que una baja médica. Que hay algo poderoso en retomar las riendas (aunque sea con calma), en reconectar con colegas que, en el fondo, sí preguntaban por mí… y en darme cuenta de que, después de todo, no había perdido el ritmo. Solo le había puesto pausa.
Que puedes regresar mejor. Más fuerte. Más centrada. O al menos con mejores snacks en el bolso, ¡¡LLEVA MÁS SNACKS!
Así que si estás a punto de regresar al trabajo tras un largo parón, prepárate para ese choque cultural y, sobre todo, para ese orgullo inmenso de haber sobrevivido al primer día.
Porque sí: estamos de vuelta. Y aunque no vinimos a jugar, un poquito sí que vamos a dar la lata.